La fotografía es algo que no me gustaba de pequeño. Tardaba como 6 meses en terminar un carrete de 24 fotos en mi primera cámara, una Canon Prima Junior. De vez en cuando me gustaba ojear un poco las fotos que mi padre iba haciendo con su ya casi obsoleta cámara reflex (no digital), para ver esos recuerdos tan maravillosos que tenemos todos cuando eramos críos.
Con la llegada de las cámaras digitales, y mi pasión tardía por la tecnología, la cosa cambió. Estaba tan fascinado como maravillado con la fotografía digital que me llamaba la atención eso de guardar una composición tan fascinante de colores en un archivo, que más tarde descubrí que se componía de 0 y 1. ¡Una pasada!
Esto ahora no me llama la atención, pero he de reconocer que he pasado hace relativamente poco por la sorpresa que ponen algunos de mis conocidos cuando les empiezo a hablar de tecnicismos y profundizo un poco en hardware y microinformática. Incluso mis padres, informáticos de profesión y acostumbrados a programar y estar todo el día enganchados a una pantalla, códigos de programación, lenguajes de programación para ordenadores que ocupaban toda una sala, les cuesta asumir que las cosas cambian y nada permanece hacia la miniaturización (hardware) y simplicidad para el usuario (software).